No tengo madre
Hace poco más de 9 meses mi madre partió de éste mundo hacia un destino incierto. Sé que la mayoría queremos creer que nuestros seres queridos no sufren en sus últimos días, sobre todo si ellos mismos son cómplices junto con el dolor que provocan los achaques de la vejez. Mi madre fue cómplice del dolor durante gran parte de su vida, o al menos eso me hizo creer. Me enseñó primeramente que hay que comerse lo que mamá sirve en la mesa y no buscar las suculentas cazuelas que los albañiles de la obra llevan para la hora del lonche, aunque claramente sea más delicioso debido a la inexperiencia de la juventud. Ésto último mejoraría claramente con el tiempo. Después me enseñó varias cosas, algunas de forma involuntaria, sobre cómo hay que llevar la vida: atarse los cordones, tender la cama, limpiarse bien el fundillo, lavarse bien las manos, peinarse, bajar y subir escaleras, no apretar a lo pendejo los botones del ascensor (hay una anécdota al respecto que lo justifica), respetar a los may