19 días y muchas, demasiadas, noches

Tengo 5 años que no escribo una chingada, y ahora mismo no encuentro palabras para describir mi situación actual. ¿Por dónde empezar?

Donde me quedé, entonces.

Recuerdo estarme lamentando por mi última decepción amorosa, la cual tal vez no sea de especial relevancia conocer pero si de tomar en cuenta, y es que uno ya no percibe la realidad de la misma manera cuando tiene el corazón podrido. Dice Sabina que de latir, yo digo que de tantas putadas que le suceden. Y ahí es donde entra el daño colateral, ese que deja sentimientos heridos -algunos de muerte -y que no son fáciles de resanar. El amor es así, como una pinche pared donde vas pegando fotos, pósters, recortes y pintarrajos que te recuerdan que alguna vez fuiste bueno para algo. Ríes, o al menos sonríes, y tratas de recordar cuándo lo hiciste genuinamente por algo que lograste. Resolver un problema de tu trabajo, terminar una maestría, callarle el hocico a alguien, tener por fin la razón en algo, aunque ésto último sirva de poco o nada.

Y, bueh, el daño colateral queda ahí, no mueves un carajo para no afectar a quien pudiste lastimar, y no lo haces por miedo. Es como la última pieza del Jenga, la mueves y ¡Pum! La cagaste. Y es algo de lo que definitivamente no estoy orgulloso. De muchas cosas no lo estoy. Huí de muchas situaciones que no comprendía y que tal vez no supe manejar. Huir es muy de cobardes, pero hace falta la misma dosis de valentía para hacerlo. No cualquiera toma decisiones difíciles, y huir es una de ellas. Darle la espalda a las situaciones puede originar recibir un plomazo por la espalda, y quedar ahí, románticamente, tirado en el suelo bien a lo pendejo, para que después digan que fuiste un buen hombre, que eso no lo merecías, albricias y lamidas de botas que la gente suele decir en un velorio acerca del difunto.

Y así, pasan las pinches noches de insomnio, porque aunque te hayas salido con la tuya, la conciencia no te deja en paz. Es como el fantasma que te jala las patas: lo hace de vez en cuando y no para hasta recordarte toda la humanidad que está inherente. Recordarte lo pendej@ que fuiste, pues.

Tengo 43 -casi 44 -años, y puedo decir que más de la mitad de ese tiempo ha sido de enseñanza. Caer y levantarse; dar y recibir; hacer y deshacer; matar o morir. Porque nunca sales ileso, aunque el que jaló el gatillo seas tú, siempre queda la marca en el alma y en el recuerdo, y es casi como ser un zombi. Estar en un estado mecánico: levantar, lidiar con la vida, dormir. Y así sucesivamente. 

Dizque dormir.

¿Qué pasaría si pudiera ponerlo delante de ti? ¿Al hombre que arruinó tú vida?

Si pudiera garantizarte que te saldrás con la tuya ¿Lo matarías?

Como diría Barney Gómez: No lloren por mí, ya estoy muerto.

Al menos no literalmente, aunque ya perdí la cuenta de todas las noches que mi sueño ha perdido, y de a poco, así se siente ir perdiendo la esperanza.

Cheers...

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